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Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

Las protestas, ¿por qué hasta ahora?

15/08/2011 11:11 a.m.

Aún me sigo preguntando por qué hasta ahora un grupo de jóvenes supuestamente universitarios han salido en Xalapa a protestar violentamente contra el aumento al precio del transporte público urbano y por qué no lo hicieron desde que se anunció que se estudiaba la posibilidad e incluso cuando se autorizó la medida. Entonces, nadie dijo nada.

La rebeldía es connatural de los jóvenes y la protesta social una característica en especial de los jóvenes universitarios. Nada raro es, así, que protesten contra una medida de gobierno que consideran lesiva para sus intereses económicos, que, en efecto, hay estudiantes cuyos padres hacen un gran esfuerzo para dotarlos de una carrera que les abra la posibilidad de un futuro mejor.

Lo raro es que hayan reaccionado muchos día después cuando ya casi toda la población e incluso los jóvenes estudiantes –o la mayoría de ellos si es que ellos son de verdad estudiantes– han aceptado, así sea de mala gana, una decisión ciertamente impopular, que además, a quienes se acreditan con una credencial les siguen aplicando su descuento.

Entre la población, últimamente las quejas son ya no de que se cobre el aumento sino de que se haga en forma generalizada, esto es, que no se respete el acuerdo de que aumentaría un peso el servicio en los autobuses de modelos más recientes, mientras que en los más viejos se mantendría la tarifa anterior. Ningún camionero lo ha respetado y ninguna autoridad la hace respetar. No hay orden, pues, cuando una de las divisas del presente gobierno es poner orden.

Cabría la posibilidad de que las protestas que ha habido últimamente en la capital de Veracruz fueran una imitación de lo que está sucediendo en Londres donde ha habido saqueos, incendios y actos de vandalismo y cuyo origen está en disputa pues se dan muchas versiones. La única diferencia, creo, es que el estado vive ahora condiciones en que las protestas podrían ser una excelente oportunidad para camuflar acciones de la delincuencia, causar zozobra entre la población y de paso ayudar a neutralizar las acciones del gobierno que la combate.

La Universidad Veracruzana ha deslindado ya de los desmanes a los verdaderos estudiantes. Otra pregunta sería por qué algunos de los manifestantes aparecen embozados, esto es, por qué tratan de ocultar su identidad cuando precisamente algo que distingue a los jóvenes verdaderamente estudiantes es su ideal que los lleva a actuar de cara a todos incluso para mostrar su verdadero rostro de luchadores sociales como algunos héroes que los inspiran lo mismo el Che Guevara que Fidel Castro, tal vez los más emblemáticos.

El reclamo es justo. El cómo se está reclamando es el que mueve a la alerta. Xalapa, sus viejos habitantes todavía recuerdan los mejores años, la “época de oro” del porrismo que se caracterizó precisamente por el secuestro de autobuses y los desmanes que a bordo de ellos y con ellos se cometían: se golpeaba a transeúntes, se asaltaban al paso tiendas y licorerías así como a vendedores ambulantes, se bloqueaban calles, se amenazaba a las autoridades, se asaltaban oficinas administrativas de las distintas escuelas y facultades de la UV en donde se apoderaban de la papelería oficial, llenaban actas de exámenes, boletas de calificaciones y en un santiamén el que quería salía con su carrera ya concluida pues amenazan con golpear a maestros y autoridades universitarias si no firmaban los documentos. En fin.

Hoy los xalapeños, en lugar de ver con simpatía las protestas, que aparentemente tienen un fondo social, no las aprueban. Finalmente se tratan de actos de violencia que se vienen a sumar a la violencia delincuencial, además de que alteran la vida diaria de Xalapa y de sus habitantes.
Si en efecto quienes organizan y realizan estas acciones son verdaderamente estudiantes, acaso deben replantear sus métodos de acción pues se recuerda que en otros estados primero y por fin este año en la entidad se han dado manifestaciones de supuesta inconformidad social pero que han terminado por mostrar su verdadero fondo: responden al más puro estilo de la delincuencia organizada que lo mismo bloquea calles que avenidas, entradas y salidas de pueblos y ciudades; es decir, los jóvenes, los verdaderos estudiantes, inteligentes como son, no debieran de exponerse ni de exponer su justa inconformidad social, su causa, sirviendo involuntariamente de velo a algo que nadie quiere ni desea.

Bloquear el tránsito de vehículos en el centro de la ciudad, medio meter un camión al mismísimo Palacio de Gobierno, hacerlo una y otra vez, pareciera ser un acto de provocación, un reto para el actual gobierno. Acaso lo están poniendo a prueba, lo están midiendo. Ya han salido las autoridades a decir que no lo van a permitir más y que han dialogado con los manifestantes aunque primero los han dejado hacer a placer.

Aquí es donde, nuevamente, se expone la carencia de un operador político en el gobierno, alguien que esté pendiente, bien informado, que se anticipe a los hechos, con sensibilidad pero también con autoridad y energía para prevenir estos desmanes o actuar en caso necesario; alguien que antes y primero que nada agote el recurso del diálogo.

La población y los ciudadanos están pendientes y lo que ha ocurrido ha llevado nuevamente a preguntar quién defiende sus intereses, quién pone, mete o cuida el orden, qué autoridad, dónde está el gobierno, con quién se quejan.
Porque la reacción de la alcaldesa de la ciudad, Elizabeth Morales García, da pena. Como siempre, evade responsabilidad y le avienta la pelota a otros, pues como registró la reportera Ángeles González Ceballos, del portal alcalorpolitico.com, “se deslindó de la responsabilidad de denunciar a los manifestantes que cometieron desmanes frente a Palacio de Gobierno y nuevamente dejó el asunto en manos de la Secretaría de Gobierno, pese a ser éste un municipio autónomo”.

Cuánta falta hace en Xalapa una autoridad que asuma su responsabilidad. Ella está para cuidar los intereses de la ciudad, de la población, de los ciudadanos que pagan sus impuestos y su estratosférico sueldo que se autoasignó. En este caso como en el de los 400 Pueblos evade la parte que le toca, que es toda, y la deja en manos del secretario de Gobierno. Qué tristeza. No hay coraje, valentía, decisión, sólo interés en cuidar la imagen personal. El de Xalapa, sin duda, es un gobierno blandengue.

Mientras, un grupo de jóvenes ¿universitarios? casi se ha metido por la fuerza al Palacio de Gobierno, a la sede de los poderes. ¿Y si no fueran universitarios? ¿Y si fueran los otros?

 


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