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Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

Fidel; la ingratitud

17/10/2011 11:59 a.m.
(Al caer la tarde, me preparaba ayer para empezar a enviar esta columna periodística cuando leí con tristeza el anuncio de la muerte del periodista Miguel Ángel Granados Chapa.
 
Siempre lo recordaré con gratitud pues el domingo 26 de noviembre [un día después de mi cumpleaños] de 2006 me distinguió reproduciendo y comentando en su columna “Plaza Pública”, que se publicaba en el diario Reforma, la mayor parte de mi “Prosa aprisa”, dándome todo el crédito, a propósito de la muerte violenta de Cirilo Vázquez Lagunes.
 
El texto lo recorté, lo hice fotografiar y fijar en un marco de madera al tamaño de la media plana en que se publicó y lo conservo como el máximo galardón profesional que poseo por venir de un par profesional de su nivel. Canto en su honor el Requiescat in pace.)

Ante la ruda embestida del Gobierno federal en contra del ex gobernador Fidel Herrera Beltrán, lo que me pregunto y pregunto es en dónde están todos aquellos, muchos, muchísimos, que fueron beneficiados durante su administración y que lo han dejado sólo pues ninguno ha alzado la voz para defenderlo o si no por lo menos para expresarle públicamente su solidaridad.

El ex gobernante, en efecto, no es  una blanca paloma (yo me pregunto y pregunto de nuevo qué gobernante, del partido que sea, lo es si en aras de sus intereses personales o de los intereses de su política de gobierno y teniendo todo el poder que da el poder no abusa, afecta, lastima, perjudica  alguna vez o toma decisiones equivocadas que dañan a toda una colectividad), pero ahora es muy claro que es víctima de una bien orquestada campaña encabezada –ya quedó muy claro– por el propio presidente Felipe Calderón.

Pero salvo verdaderas excepciones –la dirigencia del PRI municipal del puerto de Veracruz y el abogado Jorge Reyes Peralta más “colaboradores” del ex mandatario que el diario Reforma no identifica–, nadie, absolutamente nadie, ni autoridades estatales ni municipales, ni políticos ni empresarios, ni periodistas ni muchos otros que se hicieron ricos millonarios o más ricos o más millonarios, que recibieron prebendas, canonjías, beneficios, becas al extranjero, plazas de trabajo o “apoyos” de su parte,  han alzado su voz para defenderlo de los encarnizados ataques que inició su enemigo público número uno Miguel Ángel Yunes Linares y que, ya no aguantándose más, secundó el propio Felipe Calderón.

Primero fueron las acusaciones por su actuación durante la administración que le tocó gobernar, luego fue la filtración de grabaciones que presuntamente lo comprometen (si fueran ciertas o si son ciertas sólo el Gobierno federal tiene capacidad para hacer ese tipo de trabajo sucio constitutivo además de un delito) y ahora fue el señalamiento directo del Presidente. Quién sabe qué más vendrá y habría que esperar todo en contra del cuenqueño.

Cuando Felipe Calderón se atrevió a cuestionar al gobierno de Fidel Herrera Beltrán y temerariamente expresó su creencia de que se “desaparecía” a víctimas de secuestros para aparentar que no sucedía nada y que el territorio estatal se dejó en mano de los Zetas, dio un terrible escupitajo para arriba y de pasó sembró la duda sobre una institución de la que él mismo es el Comandante Supremo: el Ejército.

Una de las decisiones atinadas del ex mandatario estatal fue haber corrido la cortesía de pedir al General Secretario de la Defensa Nacional que le propusiera a uno de sus ameritados elementos, que gozara de su confianza, para hacerse cargo de la Secretaría de Seguridad Pública. Con toda la carga de la experiencia política que tiene, seguramente lo hizo atendiendo varias consideraciones entre ellas la de encargar tan delicada área a un militar cuando el Ejército es precisamente la institución que por determinación de su propio Comandante Supremo Felipe Calderón encabeza la lucha contra el crimen organizado y no las policías civiles.

Si se recuerda, la propuesta llegó en la persona del General de División Diplomado de Estado Mayor Retirado, Rigoberto Rivera Hernández, quien sólo duró en el cargo once meses pues se vio envuelto en un lío de faldas que lo obligó (o lo obligaron) a retirarse. En tanto la Sedena hacía nueva propuesta estuvo en el cargo un General de menor rango,  Juan Manuel Orozco, y luego llegó el General Sergio López Esquer, con todos los galardones posibles y quien había sido comandante militar de la zona.
 
Con estos nombramientos, inteligente, adelantándose a lo que seguramente previó que llegaría a suceder como está sucediendo, Fidel Herrera Beltrán gobernador se blindó y se puso a salvo de toda sospecha al dejar la seguridad pública en manos del Ejército.

Dado el alto sentido del deber y de lealtad a su institución y al titular de la misma, el Secretario de la Defensa, pero sobre todo al Comandante Supremo el Presidente de la República, en este caso a Felipe Calderón, si fuera cierto lo que ahora éste señala, el general López Esquer se los hubiera hecho saber de inmediato, o no les informó en su momento y los agarró de tontos o les informó y se quedaron callados convirtiéndose entonces en cómplices, tanto el General Secretario como el propio Presidente.
 
Si fuera cierto lo dicho por Calderón, entonces el Ejército está en total descrédito pues uno de sus distinguidos elementos permitió que se entregara el Estado a un grupo criminal y que además se desapareciera a víctimas de secuestros, por lo que habría que llevar al banquillo de los acusados al general López Esquer, al secretario de la Defensa Guillermo Galván y al Comandante Supremo Felipe Calderón.

Del fondo para el pago de víctimas de secuestros, en su momento Fidel lo hizo público (cualquier interesado lo puede comprobar en archivos periodísticos o hemerotecas), por lo que no es algo que haya mantenido oculto. Entonces, Felipe Calderón no dijo nada, ya que era hasta una forma de ayudarlo en su equivocada política de combate al crimen organizado.

Pecados aparte, a Fidel Herrera Beltrán no le perdona el Presidente que a su gobierno y a su partido los trajo a raya, que les exigió respeto como cuando la señora Rosa Borunda sorprendió a un secretario de Estado que subrepticiamente se había internado en el estado y andaba haciendo proselitismo político electoral, que le demandó insistentemente que a los veracruzanos les cobren la misma tarifa (o sea más baja) que le cobran a otros mexicanos por consumo de energía eléctrica, que le pidió reiteradamente que la oficina encargada de la seguridad de la planta nucleoeléctrica de Laguna Verde se instale en el Estado y no esté en el Distrito Federal donde funciona a miles de kilómetros del riesgo, que nunca lo pudieron ahogar económicamente, etcétera, pero, sobre todo, no le perdona que reposicionó al PRI en alcaldías y el Congreso y que no le pudieron ganar la gubernatura ni cuando él fue candidato ni el año pasado. Sin duda, le vino grande.

Felipe Calderón lo único que evidencia es que está desesperado porque sabe que él y su partido van a perder la Presidencia de la República. Son tan pobres los argumentos que tiene que lo único que sabe hacer es tratar de llenar de lodo al adversario. Va a perder, van a perder.

Lo triste –y lo más normal en la política– es que todos los jóvenes enlistados en aquel libro (en realidad era un bodrio) El compromiso de la fidelidad, que fue presentado el 8 de agosto de 2009, que los políticos hoy encumbrados en el gobierno, que los alcaldes que gozan hoy del poder gracias a su capricho, que los empresarios que hicieron o incrementaron negocios y riqueza merced a su preferencia, que muchos periodistas que recibieron beneficios, que su propio partido político (su dirigente estatal fue líder de su bancada en el Congreso gracias al clásico dedazo, su dedazo), que los que ya no sabían que ponerse o pintarse de rojo, que cada uno de ellos y todos juntos ya no se acuerdan de la gracia recibida y niegan a quien los benefició dejándolo solo a merced de sus enemigos. No han hecho un solo pronunciamiento público, abierto, a favor de Fidel. La ingratitud, pues, en todo su esplendor.
 

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